CAPÍTULO 3: ALTAS Y BAJAS
Después de la misa de despedida de mi niña hermosa Mónica, fuimos al Jardín de Paz a depositar sus cenizas. Este fue otro momento que nos embargó de mucho dolor. Al llegar al Jardín de Paz, recordé aquel momento, cuando Beto y yo muy entusiasmados compramos la cripta un par de años atrás, con la idea de que ésta iba a ser nuestra última morada.
Queríamos tener esto listo para cuando nos tocara el llamado de Dios. En broma decíamos que Mónica y Lianna se casarían y ellas con su familia también tendrían su propia morada algún día.
Nunca nos imaginamos que la que ocuparía nuestra última morada iba a ser nuestra hija Mónica. Muchos otros pensamientos y recuerdos de Mónica pasaron por mi mente por un lapso de tiempo, luego regresé a la realidad, el lugar estaba lleno de personas acompañándonos, seguían apoyándonos, consolándonos y dándonos fuerza para resistir este dolor hasta que colocamos la urna en el nicho.
Nos quedamos un rato mas adornando, tocando y acariciando el nicho hasta que llegó el momento de regresar a casa.
Llegamos a nuestra casa, extenuados, cansados, entristecidos, sin ganas de nada, con un vacío inmenso en nuestro corazón. Gracias a Dios, mi familia y amigos nos acompañaron, entre ellos, nuestra querida Geña, la nana que cuidó a Mónica por muchos años, también sentía un dolor muy profundo por la partida de su Chili, el apodo que le puso a Mónica desde que comenzó a cuidarla desde que tenía 2 años (Chili de Chilindrina).
A Mónica le encantaban las colas de caballo y los cachitos, en las mañanas salía regia para la escuela y cuando regresaba los cachitos estaban todos disparejos y despeinados. Mónica y Geña desarrollaron una hermosa relación por muchos años.
Algo que nos ayudó en estos momentos de dolor fue que los temas de conversación eran relacionados a Mónica. En la mesa de la sala teníamos un grupo de álbumes llenos de fotos. Cada foto tenía una historia o algo que recordábamos y lo compartíamos entre todos y así se nos fue pasando ese día.
En la noche era casi imposible conciliar el sueño, dormíamos entre ratitos, la mayor parte del tiempo la pasamos en vela, pensando y llorando, hasta que volviera a amanecer y a comenzar el día de nuevo.
Al día siguiente nos levantamos, desayunamos algo, conversamos un rato. Me senté sola en la sala y me hice varias preguntas a las cuales no les tenía una respuesta:
¿Qué voy a hacer con mi vida ahora sin mi hija?,
¿Cómo voy a superar este dolor?,
¿Cómo voy a llevar mi vida de ahora en adelante?,
¿Qué voy a hacer?
Sentía una pesadez en la cabeza, un vacío en mi alma, un dolor en el pecho, mi mente estaba en la nebulosa, todo se me olvidaba.
En ese momento de tribulación, Dios se manifestó cuando sonó el teléfono, atendí la llamada, era una compañera de trabajo que llamó para saludarme, para saber cómo estaba y para informarme que tenía toda la intención de ayudarme a superar esta situación y para esto nos recomendaba varias psicólogas.
Esta llamada me impresionó, no la esperaba y claramente podemos entender en este momento, que el tiempo de Dios es perfecto. La llamada entró en el momento preciso, en medio de mi tribulación.
Mi compañera me comentó que solo tenía que hacer la llamada a la psicóloga y sacar una cita. En realidad, no tenía interés de atenderme con un psicólogo. Sin embargo, tomé la decisión de llamar a una de las psicólogas que me recomendó y recuerdo claramente lo que hablamos.
Le comenté que me gustaría hacerle una serie de preguntas sobre lo que yo estaba sintiendo en ese momento y ella me indicó que con mucho gusto me respondería, que le hiciera todas las preguntas que quería.
Pregunta #1. Dra.: ¿es normal que todo se me olvide?
Pregunta #2. ¿Qué otras cosas me pueden pasar después, que todavía no me han pasado? Pregunta #3. ¿Qué hago para seguir adelante con mi vida?
Pregunta #4. ¿Qué hago para llenar el vacío que tengo en mi alma?
Pregunta #5. ¿Qué hago con este dolor que aprieta mi pecho y no me deja respirar?
La doctora, escuchó atentamente todo lo que yo le pregunta, recuerdo que conversamos 25 minutos por celular, les puedo asegurar que lo que me recomendó la doctora, me ayudo muchísimo.
Me dijo, Elsie, no te preocupes por lo que va a pasar mañana. Concéntrate en vivir un día a la vez y haz todo lo que te nazca hacer. Si quieres llorar o gritar, date el permiso de hacerlo.
Esto es necesario para que liberes ese dolor que tienes dentro de tu ser. Las lágrimas también limpian el alma, te dan paz y tranquilidad.
Algunas veces vas a sentir que estás montada en una montaña rusa, en un momento estás arriba con buen ánimo y al rato estás abajo con la tristeza y el dolor de nuevo, esto también es muy normal, poco a poco vas a ir superando esta situación a medida que va pasando el tiempo.
Después de la conversación con la Doctora, analicé cada recomendación que me presentó. Todo lo que me dijo lo grabé en mi mente, no tome ningún apunte. Compartí estas recomendaciones con Beto y con Lianna para apoyarlos porque también estaban pasando por la misma situación.
Siguiendo la recomendación de la doctora, la puse en práctica. Dejé que todo en mi vida fluyera, me daba el permiso de llorar todas las veces que sentía ganas, donde quiera que estuviera y con quien estuviera. Nunca sentí pena o incomodidad de llorar en público. También me daba el permiso de sentir cuando la montaña rusa de mis emociones se alteraba de un momento a otro.
Leí varios de los libros que nos regalaron nuestros amigos. Me ayudaron mucho a entender la desprogramación que sufre el ser humano ante una adversidad repentina como la pérdida de un hijo. Siendo este uno de los dolores más grandes que un ser humano puede pasar.
Aunque en algunos momentos al leer libros del duelo, no nos sentíamos identificados con las etapas del duelo que presentaban. De esta forma nos percatamos que cada persona vive el duelo de una forma diferente, aun entre nosotros en la familia Beto, Lianna y yo.
Por esta razón, decidí escribir la experiencia del duelo desde mi propia perspectiva, basada en el apoyo espiritual, con la ayuda de Dios que es nuestro creador que todo lo puede y para Él no hay imposibles. Recuerdo una frase que un amigo me comentó: “Dios le da las peores batallas a sus mejores soldados”, esas palabras han sido claves en mi vida después de la partida de mi hija, me dan fuerza y me dan luz para seguir adelante.
Todas las tardes, desde temprano estábamos listos para la misa de novenario de Mónica a las 6:00 p.m., en la Iglesia de Guadalupe. Para mí, asistir a la misa de mi hija era vital, encontraba paz y tranquilidad. Cada vez que tenía la oportunidad de entrar al Santísimo y pedirle a Dios que me acompañara en este momento de dolor, era muy gratificante. Cuando salía del Santísimo me sentía más liviana, más tranquila y con mucha paz. En estos momentos, sabía que Dios estaba conmigo y me ayudaba a sanar este dolor, inundándome con su paz y con su infinito amor.
Al final de varios días descubrí que cuando me sentía muy triste, la oración era mi mejor aliada, le pedía a Dios y a Mónica que me llenaran de su fortaleza y la respuesta después de varios minutos llegaba como por arte de magia: la paz y la tranquilidad. Es como cuando tienes un dolor de cabeza y te tomas la pastilla y al hacer el efecto, se te quita y no te das cuenta, de esta misma forma sentía que se me pasaba el dolor, con la oración.
Mi profundo agradecimiento a Dios porque siempre está conmigo y por el inmenso amor que me expresó a través de todas las hermosas personas: familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo que se acercaban con palabras de consuelo, con abrazos, con llamadas, chats, con su compañía en la casa y en las misas de novenario.
Gracias a todos ustedes por su interés en leer mi blog. Les comparto mi testimonio de vida con la intención de ayudar a personas que estén pasando por una adversidad similar.
La vida es una, es corta y todos tenemos una hermosa misión que cumplir. Identifiquemos nuestra misión y disfrutemos de la vida compartiendo con todas las personas que amamos y dejemos un hermoso legado para que siempre seamos recordados.
Que Dios los bendiga y los inunde con su amor y su paz. Hasta el próximo 20 de abril, ¡No se lo pierdan!